Por Orlando Holguín
“Fulano anda en una Pathfinder”, “perencejo tiene un Máxima”, “mengano trajo un Supra”. Eran frases que se utilizaban en los años 80 y mediados de los 90’s, para indicar que alguien andaba bien “montao”. Ya fuera en uno de esos modelos, o en un carrito de menos categoría, todavía en la década de 1990 el que andaba “montao” tenía más de la mitad del camino recorrido a la hora de conquistar a una muchacha. Claro, el que uno anduviera a pie no quiere decir que era imposible conquistar a una damisela, por supuesto, si la verborrea o labia era efectiva.
El tiempo ha avanzado y con su inexorable paso también cambian las cosas. Andar “montao” hoy día ya no es suficiente, tiene sus ventajas, pero hay que dar el plus, el extra, soltar, ser condescendiente, pues según nuestras investigaciones, face to face con las mujeres, uno de los tipos de hombres más rechazados por ellas (incluso más que el celoso) es el hombre tacaño.
No estamos diciendo que todas las mujeres, piden, exigen y demandan, pero muchas por lo menos esperan que el hombre las ayude a mantener la figura, y lo dicen: “Yo no soy mercancía, pero este cuerpazo no se mantiene sólo con amor”. Es decir, ya pasaron los tiempos en que tener “la montura” era suficiente; pasaron los días en que ella se deslumbraba o se conformaba cuando veía que él la pasaba a buscar y luego la llevaba en a su casa, ya fuera hasta en un carrito aceptable. Antes una chica podía exclamar: ¡No quiero hombre a pie! Pero ahora quizás hasta acepte que el prospecto, candidato o pareja, se mueva en el carrito de Fernando, un ratico a pie y otro caminando; o en el carrito de Renata, un ratico caminando y otro dando pata (este último no lo acabamos de inventar), pero que maneje el efectivo y la pueda ayudar a mantener la carrocería en condiciones. Eso sí, que se prepare, que los taxis le hacen un hoyo. Es oportuno marcar que, sin dudas, el mercado ha sido influenciado por una serie de vejetes, empresarios, empleados con puestos altos y hombres casados con cierto poder económico, los cuales salen de caza, buscando cambiar la merienda que tienen a la disposición en el hogar, mortales que desean variar la carne que, sin importar que sea un filete, llega un día que podría cansarles.
Estos caballeros van al mercado amoroso, con todo el derecho que les asiste, a conquistar a muchachas jóvenes. Son competidores dispuestos a invertir lo que una persona con un bajo sueldo no puede darse el lujo de gastar. Así vemos cómo muchas jóvenes con novio, es decir, con una relación formal, tienen otra informal y oculta que les permite sustentar algunos caprichos, placeres y necesidades, a veces hasta básicas, aspectos que al principal se le haría muy difícil costearles. La edad del otro no es tan importante, aunque parezca su padre o su tío mayor. Eso se pasa por alto. Lo que no soportan muchas damas es que un señor mayorcito, con un desguañangue que se aprecia a leguas, venga a enamorarlas con piropos obsoletos, pues el primer pensamiento que les viene a la mente es: “Éste cree que está vivo”, o podrían decir calladamente la distintiva frase del ganador del Oscar, Cuba Gooding Jr., en Jerry Maguire: ¡Muéstrame el dinero! (“Show me the money!”). La mujer de hoy, igual que la de siempre, busca amor, desea ternura, busca romance, necesita quién la ame, pero si en esa relación hay un “cariñito” extra en efectivo, no lo va a rechazar, porque en maquillaje, vestimenta, estudios, transporte, gimnasio, cine, higiene (hasta intima), salón, cine, paseo, fiesta, tienda, gastos imprevistos, cuidar la figura, limpiezas faciales, dietas, compra de accesorios, y otros aspectos, se va un dineral, y contar con una pareja que ponga de su parte con algunos miles, no es verdad que va a ser objetado por la mayoría de las muchachas en plena juventud y aptas para ser conquistadas. Es obvio que si la mercancía es de primera y está en venta, entonces el candidato debe saber que tiene que emplearse más a fondo con la “PapiCard”.
Conscientes de esa realidad que hemos expuesto, muchos hombres han optado por retirarse del mundo de las conquistas callejeras, no debido a que no deseen alzarse con el placer que da lograr el sí de una bella mujer, de una buena hembra, de la carne fresca de una ninfa, sino porque como está el costo de la vida, en el que una salida cualquiera puede rondar los tres mil pesos, siendo conservadores, no disponen de los recursos para también contribuir con el mantenimiento del modelito. En fin, la conclusión es clara: el que no pueda, que no se enamore.
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