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sábado, 24 de agosto de 2013

PUERTO RICO: La amenaza de una dominicana

Los que estudian el lenguaje saben que en todo lo que se dice existe una intención y que una parte del sentido de todo discurso es el ocultamiento de algo que se presenta y que a la vez se elude.
El asunto viene al dedillo a propósito de una elección interna del Partido Popular Democrático, que ha desatado la producción de distintos discursos en las redes sociales, nuevas ágoras en las que los sujetos expresan aquello que quieren y lo que ocultan.

La posibilidad de elegir a una ciudadana estadounidense de origen dominicano, Claribel Martínez Marmolejos, desató una serie de fuerzas dentro del PPD y críticas de elementos de la oposición política que quedaron inscritas en los diarios.

Como conozco los discursos xenofóbicos desde “muerte a los dominicanos”, supuestamente firmada por Los Macheteros, en los ochenta; como sé de la hipocresía de gente de izquierda que atiza el fuego del miedo y la exclusión a los extranjeros, he tapado mis oídos para permanecer lo más saludable posible, ante tanta mezquindad.

Me llamó, sin embargo, la atención que al momento de la elección del joven abogado Manuel Natal este dijera que había ganado Puerto Rico (“Manuel Natal: ‘Ganó Puerto Rico, soy un aliado de las causas justas’”, Primera Hora, del 16 de agosto de 2013). Entonces me pregunté si estaba en juego la puertorriqueñidad o era que el flamante representante electo por la asamblea estaba escribiendo el epitafio de la participación política de los residentes de origen dominicano o la síntesis de todo lo que había ocurrido. 

Montados en el soberanismo, en la crítica a las imposiciones desde arriba, se vio el hecho de que la elección a la Cámara de una mujer nacida en República Dominicana fuera una afrenta a la nación puertorriqueña. A veces los discursos llegan a la alucinación y parecía que existía una contienda entre dominicanidad y puertorriqueñidad.

En esa batalla virtual los supuestos defensores de la nación puertorriqueña se batían contra una intrusa que, a todas luces, parecía pretender arriar la monoestrellada y declarar la anexión de Borinquen al imperio dominicano, como si estuviera en juego la pureza de la nación contra el entrometido del Canal de Mona.

El candidato ganador habló y calmó a sus huestes (“que quiere lo mejor para el país; que pone el país por encima de todo”). Pareciera tanto que el orgullo nacional se encontrara de momento minusvalorado con que un ser tan inferior como un dominicano entrara en el sacrosanto recinto de la Cámara, lugar de la puertorriqueñidad que marca el rumbo de la identidad puertorriqueña y del destino del país.

Uno se preguntaría, ¿cómo se puede ser tan débil? ¿Cómo se margina a una comunidad de “labriegos”, “fritoleros”, “echa-días”, “cuponeros”, etc., etc., (porque así es que se ve, desde ese balcón de la xenofobia, a los dominicanos) gente que, por lo contrario, sólo han encontrado la puerta de salida de un país que le ha negado el derecho a educarse y a comer para ofrecer honradamente lo único que tienen, su fuerza de trabajo? ¿Por qué tanto temor? ¿Si esos actores políticos y sociales no le reconocen a un solo dominicano inteligencia, capacidad, amor y dedicación? Los discursos racistas, xenofóbicos y clasistas suelen ser crueles y quienes los enarbolan, olvidadizos.

La gente más sesuda de Puerto Rico calló este triste episodio, pero el pueblo dominicano y el puertorriqueño siguen uno al lado del otro, con sus historias de cooperación, solidaridad y tangencias.

Los opinantes centraron sus comentarios en la lucha del status. En fin, los dominicanos no valen ni para un análisis.
En palabras de un comentarista, en la coyuntura de Toa Baja (Villas del Sol), son unas “ratas”. Consideraciones que no tienen los empresarios que emplean a los laboriosos hombres de Quisqueya ni los que ponen a sus hijos en manos de “mucamas” dominicanas.

El que habla se retrata y el lenguaje deja las huellas de lo que se dice y lo que se elude. Puerto Rico se salvó de una dominicana, pero el partido de gobierno, que sabe cuál es valor de los votos de la comunidad dominicana y el papel que jugaron en noviembre pasado, seguirá coqueteando con esos sufragios. Pero hay otros que se delatan, y son aquéllos que usaron su poder en la asamblea para arrollar la aspiración genuina de una de los suyos. 

Mientras tanto, los políticos de la oposición parecen preocupados. La lección política que queda inscrita en la sublevación de las “huestes populares” contra la dominicana, es que hay que tener mucho cuidado: a los dominicanos, promesas y no representación, porque, como se desprende de las declaraciones de la distinguida profesora doctora, han ganado una ciudadanía espuria, que no les da derecho a la representación.

El broche de oro aparece cuando se llega a escribir en la prensa que “si la comunidad dominicana quiere continuar siéndolo instalada en nuestro suelo y no se siente representada por los puertorriqueños, que sigan su camino hacia su país o hacia Estados Unidos continentales, cuya ciudadanía es la que quieren obtener”.
Así que, la puerta, en lugar de aspirar a ser actores en sus comunidades y a proponer reformas para la convivencia democrática.

No hay que ser filósofo para entender que al Otro se le quita el nombre, su identidad y su valor humano; que un candidato debe ser medido por sus méritos y tratado de acuerdo a su condición humana y no por el lugar de nacimiento o de “limpieza” de sangre. En la estrategia de la invisibilización, al Otro no se le reconoce ni el nombre ni los méritos ganados en la liza de la vida. 

Las identidades nacionales en el Caribe son excluyentes y, en tiempo de crisis, el enemigo resulta ser siempre el extranjero de la marginalidad. Un otro que es, en definitiva, uno como tú mismo, desgraciado y dueño del mismo destino.

Fuente: EL NUEVO DIA

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